viernes, 28 de febrero de 2014

La Dama Tapada

No se ganaba en Guayaquil el rumboso título de TUNANTE, por los años 1700, quien no había seguido siquiera una vez a la TAPADA, en altas horas de la noche por los callejones y vericuetos por los cuales llevaba ella a sus rijosos galanes.  Nunca se le veía antes de las doce ni jamás nadie oyó, en la aventura de seguirla, las campanadas del alba, a las cuatro de la madrugada. 
¿De dónde salía la tapada?



Nunca se supo; pero el trasnochador de doce y pico que se entretuviese por alguno de los callejones, de seguro que al rato menos pensado tenía delante de sí, a casi dos metros, siempre como al alcance de las manos pero nunca alcanzable, a una mujer de gentilísimo andar, cuerpo esbeltísimo y aunque siempre cubierta la cabeza con mantilla, manta o velo, revelaba su juventud y su belleza y a cuyo paso quedaba un ambiente de suavísimo perfume a nardos o violetas, reseda o galán de noche.  Todo galanteador, fuese viejo verde o joven sarmiento, sentíase irresistiblemente atraído y como medianísimamente inspirado para dirigirle piropos. Y ella delante y el detrás, camina y camina, sin que ella alterara su ritmo; pero sin dejarse nunca alcanzar ni disminuir la distancia de un metro a lo sumo; pues bajo no se sabía que influencia, el acosador no podía avanzar a acortar esa distancia.  Y camina, la damita cruzaba rápido con la pericia de una buena conocedora de los vericuetos, siempre por callejones y encrucijadas, sin acercarse a calles anchas.

Zas…zas…las almidonadas arandelas de su pollera unas veces. Suas…suas…suas…los restregó de sus sayas de tafetán, otras, pues nunca se repetían sus trajes, salvo la manta o el velo.  Sólo pequeños esguinces de su gallarda cabeza, como animando a seguirla; sólo algo así como el eco imperceptible de una ahogada sonrisa juvenil, eran los acicates del galán que se empecinare en seguir a caza tan difícil. Y cosa curiosa: a su paso los rondines dormían si alguno estaba en la calle, y nadie que viniere de frente parecía verla; la visión era sólo para el persecutor, que ya perdida la cabeza y el rumbo, seguía inconsciente, hipnotizado, cruzando callejas y callejas sin saber por dónde ni hacia donde le llevaban su curiosidad o malicia y el irresistible imán que lo precedía.  …Cuando de pronto…la tapada se detenía a raya…

Daba media vuelta de precisión militar y levantándose el velo que cubría su cara, no decía sino estas frases:  -Ya me ve usted como soy…Ahora, si quiere seguirme, siga…  Y el rostro tan lindamente supuesto, se mostraba en verdad bellísimo, fino, aristocrático, blanco, sonrosado, fresco, griego, magnifico…pero todo era una visión de un segundo. Inmediatamente, como hoy podemos ver en las combinaciones de las películas, esas transformaciones entre sombras y disfamaciones…todas las facciones iban desapareciendo como en instantánea descomposición cadavérica: a los bellísimos ojos sucedían grandes huecos que a poco fosforecían como en azufre; a los lindos labios las descarnadas encías, a las mejillas los huesos; hasta que totalizada la calavera, un chocar macabrito de crótalos eran las mandíbulas de salteados dientes…Y un creciente olor de cadaverina apestosa reemplazaba los ricos aromas anteriores….  Otra media vuelta de la dama...y el que alcanzara a verla la hubiera visto como evaporarse al llegar a la vieja casa abandonada de don Javier Matute…el que no alcanzaba a ver esto, allí quedaba, paralizado y tembleque, pelipuntiparado, sudorifrìo y baboso, o loco o muerto…solo el que había visto a la TAPADA podía
adquirir el rumboso título de TUNANTE…

 Y agrega la leyenda que el alma en pena era de una bella que en vida había abusado del comercio de la carne, sin ser carnicera.